4 de enero de 2008

Morralla del caló mexicano

Un tumbaburros muy chido. Morralla del caló mexicano.

Un tumbaburros trae de tocho morocho. Y "chido" significa que está bien hecho. El lenguaje nacional acarrea el mismo código que la historia: el mestizaje. En nuestra lengua hay de todo, desde las profundas raíces prehispánicas hasta la influencia de la inevitable cercanía con Estados Unidos. Ahí están palabras como "quelite", que es una planta pero se usa para referirse a las amantes, o "chance", que es una mexicanización del anglicismo y cuyo significado es el mismo: oportunidad.
Jesús Flores y Escalante, investigador de la cultura popular, se ha dado a la tarea de reunir las palabras y expresiones que comúnmente usamos los mexicanos para describir objetos, situaciones, sentimientos o cualquier aspecto de la vida cotidiana.
Morralla del caló mexicano es un minucioso y divertido compendio de nuestra jerga nacional, con algunos términos en desuso, otros muy vigentes, pero con esa identidad que nos caracteriza y que está repleta de picardía, algo de inocencia y, por supuesto, altas dosis de doble sentido.

Un libro para iniciar el 2008



Leo desde hace meses (tengo problemas con la disciplina) La seducción de las palabras, libro en el que Álex Grijelmo detalla cómo, al margen de los poderes de persuasión y disuasión de la palabra, se ejerce también el poder de seducción.

Grijelmo dedica grandes extensiones del libro a explicar cómo siglos de empleo del lenguaje han ido creando una madeja de significados que traspasa los límites de lo meramente intelectual: Todo el idioma está integrado por un cableado formidable del que apenas tenemos conciencia, y que, sin embargo, nos atenaza en nuestro pensamiento. Pensamos con palabras; y la manera en que percibimos estos vocablos, sus significados y sus relaciones, influye en nuestra forma de sentir.

A partir de ello construye su concepto: las palabras tienen la secreta facultad de seducir de acuerdo al uso que le dé el hablante y a la esfera que lo entorne con el oyente. Esta seducción, explica, parte de un intelecto, sí, pero no se dirige a la zona racional de quien recibe el enunciado, sino a sus emociones. Y sitúa en una posición de ventaja al emisor, porque éste conoce el valor completo de los términos que utiliza, sabe de su perfume y de su historia, y, sobre todo, guarda en su mente los vocablos equivalentes que ha rechazado para dejar paso a las palabras de la seducción.

Y una frase, justamente, seductora, para explicar mejor el concepto: Convence una demostración matemática pero seduce un perfume.

Apartado de la gris tecnofilia del lingüístico, este libro es, a mi juicio, indispensable para entender el funcionamiento secreto del lenguaje. Lo que es lo mismo decir que es indispensable para quien se precie de escritor.

Llegó a mis manos, por cierto, de las manos generosas de Marijosé Pérez Lezama, a quien nunca terminaré de agradecerle.
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Pulicado originalmente en enero de 2005 en el blog JorgeLetralia: http://jorgeletralia.blogsome.com/2005/01/20/la-seduccion-de-las-palabras