Daniel Samper se da a la tarea de responder a esta inquietud
La Feria del Libro de Guadalajara, que acaba de celebrarse en México, tuvo a Colombia como invitado especial; una de sus curiosidades se refiere a nuestro dominio del castellano.
Muy a menudo a los colombianos nos preguntan: "¿Es verdad que ustedes hablan el mejor español del mundo?" Fue, exactamente, el interrogante que me lanzó una revista mexicana a raíz de que Colombia fue el país invitado a la Feria Internacional del Libro que se celebró entre el 24 de noviembre y el 2 de diciembre.Le expliqué a la revista que las respuestas posibles se clasifican en tres escuelas:1) La escuela narcicista, que contesta de manera desvergonzada "sí, es verdad". Resulta aconsejable que quienes optan por tan tajante y soberana afirmación procuren ser breves, porque podrían enredarse en las faldas de su propia respuesta. Sé de un antiguo ministro algo pomposo que, enseguida de aceptar con fruición el aserto, agregó que ello se debía en buena parte a la labor educativa de su gobierno, pues antes "hubieron otros que no se preocuparon tanto por el buen uso del español".2) La escuela de la modesta flor, que niega con sonrojo la pregunta, pues profesa normas de cortesía que impiden aceptar la alabanza en causa propia.3) La escuela ecléctica, que parece decir que no, pero dice que sí. Yo pertenezco a esta última. Al oír la pregunta, amago con sorprenderme, finjo un poco de embarazo y ofrezco por todo comentario una sonrisa que pretende ser humilde. Pero que en ningún momento niega el contenido del interrogante.En realidad, la mejor respuesta la dio hace años José Antonio León Rey, el profesor colombiano que fue delegado por América Latina ante sus colegas de la Real Academia de la Lengua Española.-Yo no sé si los colombianos somos quienes mejor castellano hablamos - dijo el maestro León Rey¿, pero seguramente somos quienes más amamos esta lengua".Ahí les dejo esa lápida.
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Afincado en ella, planteo la próxima pregunta: "¿Por qué razón se dice que somos quienes mejor uso hacemos del español?".Lo primero que se me ocurre es la Ley del Estereotipo. Basta con que eches a rodar un lugar común, para que la gente adhiera a él. Algunos, inclusive, consideran que parte de la sabiduría corriente en materia filológica consiste en afirmar que los colombianos dominamos la lengua de Cervantes mejor que nadie. Benditos sean. Déjenlos que lo piensen y déjenlos que lo afirmen. Llevamos a cuestas los colombianos tantos estereotipos ignominiosos, que se agradece infinitamente este solitario sambenito favorable. (En este punto, el ciudadano colombiano digno se encrespa y afirma que "no existe un sambenito favorable, pues todo sambenito es necesariamente peyorativo y difamatorio"... Surge entonces una interminable polémica que nos contagia a todos).Pero sucede que yo no soy un ciudadano colombiano digno, sino un miembro, ni más ni menos, de la Academia Colombiana de la Lengua, así que debo seguir mi camino y explorar el tema que nos ocupa. Sí: ¿por qué diablos se dice que hablamos el español más puro?Respondo: "No lo sé". Y añado: "Pero trataré de averiguarlo".
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¿Será, acaso, porque era colombiano don Rufino José Cuervo (1844-1911), que emprendió, con la única ayuda de su hermano, la preparación del homérico Diccionario de construcción y régimen, portentosa hazaña desarrollada en ocho volúmenes y 9.536 páginas? Don Rufino consumió en este tratado los últimos cuarenta años de su vida, pero solo alcanzó hasta la letra D. Se necesitaron ochenta y tres años y cincuenta filólogos más para llegar a la Z.¿Por ventura debemos esa fama a don Ezequiel Uricoechea (1834-1880), lingüista bogotano que, después de publicar numerosos ensayos sobre el español, fue profesor de lenguas orientales en universidades europeas, tradujo al francés una gramática árabe y murió en Beirut cuando se dirigía a estudiar la parla de las tribus del desierto?Es posible que hayamos ganado el honroso prestigio por cuenta de don Miguel Antonio Caro (1843-1909), que, sin haber salido de Bogotá, traducía a los clásicos latinos y griegos y escribía a mediados del siglo XIX esponjosos tratados gramaticales sobre estas dos lenguas arcaicas que solo usaban eruditos como él; o al general Rafael Uribe Uribe (1859-1914), inspirador del coronel Aureliano Buendía garciamarquiano, que, en medio de una de las muchas guerras civiles que libró, robó tiempo a la pólvora para escribir un Diccionario abreviado de galicismos de 376 páginas; o quizás a don José Manuel Marroquín (1827-1908), poeta festivo y pésimo presidente de la República, que perdió la soberanía sobre Panamá pero nos dejó un encantador tratado de ortografía en verso y unas lecciones de retórica y poética que siguen siendo consulta obligada de especialistas. O a lo mejor conquistamos la indestructible fama por haber fundado la primera Academia de la Lengua en América, por la profusión y el éxito de las columnas de prensa sobre asuntos de lenguaje que se publican en el país o por ser patria de un Premio Nobel al que muchos equiparan con Cervantes...
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Más que analizar las virtudes del español que se habla en Colombia, Malcolm Deas, catedrático de Oxford que nos ha estudiado con curiosidad de amoroso entomólogo, se interesa por lo que denomina "la obsesión nacional filológico-gramatical". Según él, en Colombia "el dominio del idioma llegó a ser, y lo fue durante mucho tiempo, elemento del poder político". A juzgar por la manera como hoy se expresan muchos políticos, ya no lo es. Y a juzgar por cosas que uno escucha en la calle, lee en la prensa, oye en la radio y la televisión, ese dominio del idioma resulta cada vez menos evidente.Pero el orgullo y el prestigio nos siguen acompañando, y Dios quiera que así se mantenga durante mucho tiempo. Porque algo debe de haber en el fondo, un celo extraño que a muchos colombianos nos impele a proteger el español como si los demás que lo hablan atentaran contra él.Quizás es cuestión de idiosincracia. Nos enseñan los corridos que el mexicano está dispuesto a matar por una mujer. El colombiano, solo si aparece escrita con g.