21 de julio de 2010

Un poco de sentido común, señor Victoria*

Entiendo que cuando uno se llama Pablo Victoria pueda tener algunos problemas de construcción de identidad de género... y no hablo del género gramatical sino del género como categoría sociocultural. Sí, de acuerdo, me estoy burlando de usted como usted se burló de las mujeres feministas (EL TIEMPO, 11/07/2010).

Las feministas sabemos que el español sigue siendo una lengua viva. Señor Victoria, el español no es una lengua muerta y, como herramienta social propia de nuestra hominización, refleja la realidad social al mismo tiempo que la crea y la produce. Es entonces evidente que en la medida que construye la realidad expresa las desigualdades que caracterizan una sociedad. Y no solo las desigualdades de género, expresa también las de etnias y las de clase, entre otras. Por consiguiente, por medio del lenguaje se expresan relaciones de poder. Supongo que usted sabe esto. Y desde allí, diría simplemente que el lenguaje incluyente -sí, se llama así- nos permite ver el mundo completo, un mundo felizmente hecho de hombres y mujeres, de niños y niñas, tan diferente del que se expresa con la práctica purista que usted defiende.

Todos y todas sabemos que lo que no se nombra no existe y, en este sentido, el idioma hace parte del arsenal de exclusión de las mujeres. Y la primera herramienta de nuestra liberación es el lenguaje. Hay muchas otras afortunadamente como la que estoy utilizando hoy con usted, señor Victoria. Y no nos hagan decir a las feministas lo que nunca hemos dicho: no se trata de preguntarse el por qué del género femenino de la palabra mesa o del masculino de la palabra espejo. Mesa y espejo tienen un género gramatical, mas no un sexo. Un alcalde, un ministro o un magistrado no solo tienen un género gramatical sino que tienen también un sexo y, ya sea que les guste o no a las reales academias de las lenguas, necesitamos saberlo. Es decir, necesitamos saber de quién se trata, porque no es lo mismo un alcalde que una alcaldesa. Cada quien tiene inscritas en su cuerpo historias distintas. ¿Sí?, ¿me hago entender, señor Victoria? Y lo que exigimos las mujeres es sentido común para seguir avanzando en la construcción de un país, e incluso de un mundo capaz de reflejar la idea que tenemos de la democracia.

Preciso esto porque no se trata de revisar todos los textos del mundo escritos por hombres o mujeres. Por ejemplo, lo que mencioné arriba no involucra la literatura universal. No se trata de criticar El Quijote de Cervantes, ni La Comedia Humana de Balzac, ni Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, ni Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Son hombres y mujeres de su tiempo. ¡No! Por esto hablo de sentido común.

Se trata de reconocer y de discernir cuándo es vital para nosotras ser nombradas y dónde nuestro ocultamiento es de suma gravedad para la construcción de nuestra identidad, el reconocimiento de nuestra autoridad y nuestra participación en la construcción del mundo. En este sentido, exigimos ser nombradas en documentos oficiales, declaraciones, discursos políticos, constituciones, leyes y decretos, por supuesto. Y con mayor razón en escritos de políticas sociales, en textos escolares -la escuela es uno de los escenarios más importante de la reproducción del sexismo-, en textos universitarios e investigaciones científicas evidentemente, en saludos oficiales o no oficiales, en editoriales periodísticos, en artículos de prensa, en comerciales, en trabajos comunitarios y en todo lo que se refiere a la dinámica de la vida cotidiana.

Siento decirle, para terminar, que con esto no retrocederemos ni un ápice. Y debe usted saber que hay acuerdos municipales y fallos de la Corte Constitucional que reconocen estas razones democráticas y deben cumplirse.

* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad, Florence Thomas

Publicado en: EL TIEMPO