1 de septiembre de 2009

¿Cómo sería el Quijote si hubiera sido escrito en un BlackBerry?


Escrito por Cervantes con pluma de ganso

Foto: Olga Lucía Aldana

La mayoría de las obras clásicas necesitaron apenas un lápiz, una pluma o un estilógrafo.

Si Cervantes hubiera tenido acceso a las tecnologías de comunicación del siglo XX, es posible que el Quijote hubiera empezado así:

En 1 lugar dla Mancha no ha mch tmp vivia 1 hidalgo de lanza en astillero, adarga antigua, rocin flco y galgo corredor.
Sent from my BlackBerry¿ wireless device

También es posible que la novela hubiera terminado en ese punto, porque las nuevas tecnologías invitan a la brevedad. Resulta difícil leer en pantalla un texto que tenga más de un capítulo, y hay aparatos que no admiten más que un puñado de palabras. Son palabras escritas, letra a letra, con el dedo índice (como lo hacemos, con enorme trabajo, los de generaciones veteranas), o a velocidad de pianista de música húngara con los pulgares (como los jóvenes: por eso los tienen tan largos como los demás dedos). Debido a las tribulaciones anteriores, los mensajes deben contener el mínimo posible de caracteres: Mtrs+cort muhc mjr: mientras más corto, mucho mejor.

Del Quijote se ha dicho que fue la primera novela moderna. Pero ni siquiera si hubiera sido escrito en BlackBerry (BB) habría podido decirse ahora que fue la primera novela escrita en un teléfono inteligente, que es como llaman a la raza de aparatos a la que pertenecen los BB. En realidad, el Cervantes del teléfono inteligente es Peter Brett, un joven novelista gringo que escribió durante casi tres años una novela demoniaca en su HP iPaq 6515.

Tecleaba todos los días en el tren entre su trabajo y su casa en un suburbio de Nueva York. Entre abril de 2006 y septiembre de 2008 escribió un promedio de 400 palabras diarias de una obra de ficción terrorífica que en español podría llamarse El hombre encasillado o El hombre protegido (habría que leerla para escoger la mejor traducción del título). La novela se publicó en mayo pasado y ha tenido muy buenas reseñas en Amazon Books... enviadas casi todas a través de BB.

Posiblemente es esta la primera novela escrita en un teléfono inteligente. En agosto del año pasado, el ministro de Ciencia y Tecnología de la India, Kapil Sibal, había tecleado en su celular un libro de poemas titulado Soy testigo. Pero los poemas de Sibal son obritas brevísimas (de seguro las escribió con un solo dedo, porque es mayor de 60 años). Hablo de cosas tales como

No me escribas
un veloz SMS
para decir "te amo".
No quiero
que me borres
con igual rapidez
de tu memoria.

La novela de Brett, en cambio, es una obra magna de 432 páginas en formato de libro impreso. Una vez terminado el borrador tuvo que prescindir de varios capítulos, lo cual obliga a pensar con horror en los días de tren y tecleo que tiraba a la caneca con cada corrección. Para que se den una idea, los párrafos de esta nota que el lector ha recorrido hasta aquí le habrían costado a Brett más de un día de trabajo.

Pero su nombre ya figura en la historia de la escritura como el del primer novelista celular, a menos que otro historiador más avezado que yo aporte datos mejores. D eso s ttba, vd?: de eso se trataba, ¿verdad?

Gabo en la pantalla

Algunos reclaman para Gabriel García Márquez, como si le faltaran títulos, premios y honores, el de haber sido el primer novelista que utilizó el computador para una de sus obras. Es dudoso que lo sea, aun cuando no he encontrado el dato preciso que informe cuál fue el pionero. Pero es bien sabido que la tecnología ha seducido siempre a GGM y su romance con el computador Macintosh de Apple es tan célebre como el de Fermina Daza con Florentino Ariza, personajes principales de El amor en los tiempos del cólera. Gabo escribió esta novela en su Macintosh justamente, a principios de los años ochenta, y la publicó en 1985. En tal época no existían aún los CD ni mucho menos las unidades de memoria, de modo que los originales fueron enviadoS a la editorial en disquetes blandos que, una vez impreso el libro, el autor recuperó.

Lo que sigue a esa historia es un capítulo insólito que produce poco amor y mucha cólera. García Márquez regaló los disquetes a una amiga periodista, junto con una tarjeta autógrafa donde se hacía constar que eran los originales de la novela. Unos años después se produjo la ventolera de subastar manuscritos de Gabo.
En septiembre de 2001, la empresa de subastas Velázquez programó una tarde de gala en la que se puso a la venta variada parafernalia gabiana. La pieza fuerte eran las galeradas de Cien años de soledad con enmiendas y tachaduras del autor; también ofreció primeras ediciones de algunas de sus obras y un puñado de cartas autógrafas. La subasta fue un fracaso. Se vendieron varios de los ítems de menor cuantía, pero nadie puso sobre la mesa el botín requerido (más de 200 millones de pesos) para llevarse el gordo de las galeradas. Unos meses más tarde, intentó subastarlas en Londres la prestigiosa firma Christie¿s, pero nadie llegó a cubrir los 321 mil dólares de salida.

Por la época de la primera subasta, la periodista de marras, que estaba necesitando una inyección de capital, puso en manos de la compañía subastadora madrileña de Javier Barás los disquetes de El amor en los tiempos del cólera. La suerte tampoco acompañó a esta histórica prueba de que GGM era capaz de escribir una novela decimonónica en un computador de fines del siglo XX. Nadie ofreció por ella lo que se pedía. Pero las cosas fueron aún peores que con las galeradas, porque el asunto terminó en novela picaresca: de un día para otro la casa de subastas desapareció, nadie volvió a dar noticias del tal Barás y él o la empresa se quedaron, abusiva y dulcemente, con los disquetes que llevan la impronta electrónica de Gabo y la tarjeta con su firma.

Mark Twain y la máquina de escribir

Antes de dedicarse a domeñar el computador, García Márquez era fiel escribidor de máquina. Su primera había sido una Remington portátil que pereció incendiada el 9 de abril, no sin dejar previamente una estela de artículos periodísticos y cartas a amigos. En París consiguió GGM una de segunda mano a la que faltaba la letra "d", y en ella escribió El coronel no tiene quien le escriba. Corría el año de 1959 cuando se enamoró en Caracas de una máquina de marca Torpedo, y se voló con ella a México. Sus teclas deletrearon los textos de Los funerales de la Mamá Grande y los primeros capítulos de Cien años de soledad. En 1964, el novelista mecánico se volvió eléctrico: atraído por la limpieza de la Smith Corona de enchufar, compró una en la que terminó Cien años..., mientras la Torpedo pasaba a buen retiro en su casa del D. F. (De ese buen retiro se la robaron en 1975).

La gloriosa Smith Corona trabajó luego en El otoño del patriarca y en otras obras mayúsculas, hasta cuando el dueño sucumbió de nuevo ante la tentación tecnológica y compró una máquina eléctrica de casete que fue un desastre y más tarde otra que se perdió en Panamá y apareció tan misteriosamente como se había perdido. Su última máquina fue una belleza adquirida en Washington que pasó al cuarto de chécheres en el momento en que surgió en el mercado un aparato maravilloso llamado computador. García Márquez fue uno de los primeros escritores que saltó de cabeza a la piscina informática. Allí escribió aquellos disquetes famosos de El amor en los tiempos del cólera, y allí sigue nadando.

Lo que él ignoraba cuando se hizo a los servicios de aquella Remington portátil fallecida en el Bogotazo es que dos escritores ultrafamosos se disputan el privilegio de haber sido los primeros en escribir un texto en máquina de escribir.

En 1881 Federico Nietzsche compró un artilugio novísimo y rarísimo llamado "esfera escritora", invento de un tal Hansen, sueco, pastor y profesor de sordomudos. Nietzsche intentó escribir en este aparato arqueológico, que solo usaba mayúsculas. Y esto fue lo que le salió: "LA ESFERA ESCRITORA ES COMO YO: HECHA DE HIERRO, PERO QUE SE DOBLA FÁCILMENTE EN LOS VIAJES. PARA USARLA SE NECESITAN PACIENCIA Y TACTO EN ABUNDANCIA, LO MISMO QUE DEDOS FINOS.

No eran muy finos los dedos del autor de Así hablaba Zaratustra, así que devolvió el aparato y volvió a coger la pluma y el tintero.
Un año después, en 1883, Mark Twain terminó en una máquina de escribir los originales de Vida en el Mississippi. Viejo bromista, sostuvo en 1905 que, "hasta que se demuestre lo contrario", fue el primero "en aplicar la máquina de escribir a la literatura", por cuanto alega haber escrito en tales condiciones Las aventuras de Tom Sawyer en 1876. Pero los historiadores sostienen que no es verdad lo de Sawyer y ubican la efeméride seis años más tarde.
De todos modos, las dos frases de Nietzsche no representan ningún hecho literario, y Vida en el Mississippi sí. O sea que la corona del primer escritor que empleó la máquina para terminar una obra literaria es indudablemente de Mark Twain.

Lápices y otras plumas

Hasta ese momento, el padre de Tom Sawyer y Huckleberry Finn había usado, como en los 1.100 años anteriores, la humilde pluma de ganso, que duraba una semana y tenía que picotear cada pocas palabras el tintero para cargarse de líquido. La pluma data del siglo séptimo de la era cristiana. Antes de ella se usaban punzones, palos metálicos y pinceles para inscribir palabras en papiros o papeles.

No debía de ser tan mala la pluma desde que sirvió para escribir el Quijote, La divina comedia, Gargantúa y Pantagruel y Hamlet. Muchos escritores nunca empuñaron la pluma, pero, en plena era informática, aún son incapaces de inspirarse con teclados y siguen confiando en el estilógrafo, un invento que alborea en Francia en 1702, reaparece en Estados Unidos en 1809 y se perfecciona en 1884.

Notable avance respecto al estilógrafo -aunque las damas finas lo consideran un retroceso- fue el bolígrafo, que funciona con tinta seca y una pequeña esfera ubicada en la punta de un canuto. En 1888 se inventó algo parecido a este aparato, pero solo servía para marcar el cuero. Corresponde al periodista húngaro-argentino Ladislao Biro la producción del primer esferográfico, tal como lo conocemos. Ocurrió en 1938, y en Argentina aún llaman al bolígrafo la birome.

Ni el estilógrafo ni el bolígrafo desbancaron al viejo y querido lápiz de grafito, que empieza a salir de las minas a mediados del siglo XVI y en 1752 adquiere, en manos de un carpintero austriaco, la forma, la consistencia y la utilidad parecidas a las que aun tiene hoy

Lo que no se sabe es quiénes fueron los primeros en escribir una obra literaria con pluma, con lápiz, con estilógrafo y con bolígrafo. Ninguna de estas humildes pero leales herramientas inducían al autor a sacar pecho, como sí lo hace el vanidoso BlackBerry.


(Escrito en mi computador Hanns-G, con mi programa Windows Vista y mi aplicación Microsoft Office 2003).


Por: Daniel Samper Pizano

Publicado en: EL TIEMPO