El director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, pronunció ayer la conferencia con la que quedó inaugurado el nuevo salón de actos de la Fundación Sierra-Pambley. «La lengua española, imperio del pueblo» fue su título, un recorrido intenso por la historia del idioma castellano desde sus inicios hasta el Siglo de Oro, y cuajado de algunas de sus más bellas y significativas creaciones literarias. Asturiano de Villaviciosa que en León pasó temporadas, buen conocedor de la Fundación (donde siguió el magisterio de Antonio González de Lama), García de la Concha desplegó, ante un auditorio repleto de público, su tesis de cómo el castellano no se impuso por la fuerza, sino que, a modo de lengua común, útil, fue creando un imperio ante todo cultural y lingüístico.
Ya en el comienzo de su intervención hizo hincapié en el carácter del primitivo castellano como una especie de «lingua franca» que usaban para entenderse gentes bilingües en romance y en euskera. Pero la piedra clave sobre la que construyó su disertación fueron los versos de Gonzalo de Berceo: «Quiero fer una prosa en román paladino/ en cual suele el pueblo fablar con so vezino». Esa es, a juicio de García de la Concha, la clave del castellano; el hablar llano, el hablar como lo hace el pueblo. De ahí pasó al Cid, un héroe que, a diferencia de los caballeros de otras culturas y gestas, no es arrogante, sino «mesurado», y ante todo, «de talla humana». «Llora y sufre», recordó el lingüista. Un «infanzón de frontera», cuyo hablar no entendían los leoneses, pero que se muestra siempre como hombre. Fue en este punto cuando el director recordó que la palabra «español» es en realidad una palabra «emigrante», hecha «en el exilio», pues así fueron llamados algunos de los visigodos que escaparon de España cuando la invasión musulmana y se instalaron en el Sur de Francia, donde empezaron a ser conocidos como «españoles». La palabra penetró luego en la península por Cataluña, donde ha quedado registrada en los documentos de sus monasterios, como el de Poblet.
También hizo notar la necesidad que hubo entonces de contar con una lengua común, y cómo el castellano -uno de los dialectos románicos- se impuso en esa pugna tomando elementos de todos las demás. Una lengua, «esencialmente mestiza, aunque todas lo sean», calificó.
El recorrido le llevó posteriormente a la Celestina, Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León y Teresa de Jesús, quien «revolucionó» las letras españolas y europeas al pretender «desvelar lo que siente el alma», como dejó dicho. Y San Juan de la Cruz, el gran creador del espacio simbólico, y, cómo no, Cervantes. Y en todos ellos, el hálito, el alma del pueblo.
Publicado en: El castellano. org
Ya en el comienzo de su intervención hizo hincapié en el carácter del primitivo castellano como una especie de «lingua franca» que usaban para entenderse gentes bilingües en romance y en euskera. Pero la piedra clave sobre la que construyó su disertación fueron los versos de Gonzalo de Berceo: «Quiero fer una prosa en román paladino/ en cual suele el pueblo fablar con so vezino». Esa es, a juicio de García de la Concha, la clave del castellano; el hablar llano, el hablar como lo hace el pueblo. De ahí pasó al Cid, un héroe que, a diferencia de los caballeros de otras culturas y gestas, no es arrogante, sino «mesurado», y ante todo, «de talla humana». «Llora y sufre», recordó el lingüista. Un «infanzón de frontera», cuyo hablar no entendían los leoneses, pero que se muestra siempre como hombre. Fue en este punto cuando el director recordó que la palabra «español» es en realidad una palabra «emigrante», hecha «en el exilio», pues así fueron llamados algunos de los visigodos que escaparon de España cuando la invasión musulmana y se instalaron en el Sur de Francia, donde empezaron a ser conocidos como «españoles». La palabra penetró luego en la península por Cataluña, donde ha quedado registrada en los documentos de sus monasterios, como el de Poblet.
También hizo notar la necesidad que hubo entonces de contar con una lengua común, y cómo el castellano -uno de los dialectos románicos- se impuso en esa pugna tomando elementos de todos las demás. Una lengua, «esencialmente mestiza, aunque todas lo sean», calificó.
El recorrido le llevó posteriormente a la Celestina, Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León y Teresa de Jesús, quien «revolucionó» las letras españolas y europeas al pretender «desvelar lo que siente el alma», como dejó dicho. Y San Juan de la Cruz, el gran creador del espacio simbólico, y, cómo no, Cervantes. Y en todos ellos, el hálito, el alma del pueblo.
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